miércoles, 6 de noviembre de 2019

JOHN KINSELLA. EL SILO. Una sinfonía pastoral

El silo
Una sinfonía pastoral
John Kinsella
Traducción de
Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez
La Garúa/ Poesía
Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2019

SINFONÍA PASTORAL

   El quehacer editorial de La Garúa en su nueva singladura abre ruta a otros ámbitos literarios. Muy grata sorpresa resulta descubrir en su catálogo de novedades El silo. Una sinfonía pastoral, el más conocido poemario de John Kinsella (Perth, Australia, 1963). La entrega despertó una notoria afinidad crítica, como hito central en su actividad creativa, cuando se publicó en 1995. Hay un dato más que avala la calidad del escritor australiano; fue el desaparecido crítico Harold Bloom quien seleccionó y escribió la introducción del periodo poético de amanecida de John Kinsella en el volumen Peripheral Ligt (2004).
  Al leer el subtítulo, resulta inevitable el eco de la Sinfonía Pastoral de Beethoven, esa obra de sensaciones que acumula recuerdos de la estancia en el campo y que hace de la naturaleza una llanura de libertad expandida. También provoca una vinculación consciente con lo rural el sustantivo desnudo del título; el silo define el almacén de grano donde duerme la cosecha tras el ciclo estacional de la recogida.

  Nos hallamos ante un poemario de regreso al entorno afanoso del terruño y esa percepción cuaja en un estilo descriptivo, casi enfocado a la objetividad de la crónica. El epígrafe del primer apartado “Sobre el arribo a una casa desierta en lo profundo del campo” materializa el umbral a una forma de vida marcada por la soledad y la quietud, donde la contemplación convierte al sujeto en un receptor de los sentidos. El poema retiene lo observado, se hace refugio de elementos e imágenes que provocan espacios reflexivos y estados de ánimo. Como quien cierra los ojos para focalizar mejor las imágenes, los versos reescriben los rasgos del paisaje.
   El relieve campestre visualiza en el segundo apartado los ojos de la muerte como un contrapunto de los ciclos de labor. En el conjunto “De por qué talaron los últimos árboles a orillas del arroyo” son abundantes los ejemplos de fragilidad y finitud. Loros, conejos, serpientes, alimañas o árboles suman el tiempo crepuscular que hace de la existencia una estación final. Hay poemas que simbolizan los quiebros existenciales y adquieren un fuerte contenido simbólico. De ese nutriente nacen las composiciones enlazadas que evocan la niñez como etapa de asombro y la apertura de una mirada, primero fascinada por la caza y después avocada a sellar el cañón de la escopeta y a dejar el arma dormido en un rincón. Toda pulsión es también poda, como esos árboles crecidos en medio del prado que un día se cortan para dejar sitio a los pastizales.
   Si el renglón figurativo de John Kinsella nunca pierde su voz testimonial, resalta también en su trazado la fuerza de las imágenes; el preciso laconismo de la desnudez para dibujar cuadros visuales: “A pesar de su linfática naturaleza / la niebla aparece de súbito y extiende / su mortaja recia sobre la granja”. Desde esa opacidad llega la vida y los continuos incidentes domésticos, esas mínimas incisiones en el silencio del día, como el vuelo de una bandada de pinzones, que marca la azarosa navegación del tiempo.
   Siempre resulta llamativo en el poemario el afán didáctico de las titulaciones. En el tercer apartado, casi asoma un punto de ironía en el epígrafe del conjunto: “Beber en la cantina de un hotel campestre”. Todo el conjunto mantiene una sensibilidad celebratoria. Así se hace evidente en el tríptico inicial “de parranda”, donde las labores de esquileo concluyen ante la espuma rebosante de las cervezas. es una manera de sentir que la tierra respira mientras traza su propio periplo de barbecho, semilla, plenitud y cosecha.          
   El velado de lo biográfico concreto permite al poeta sincronizar con la voz colectiva. Los poemas dejan sitio a las facetas plurales de lo cotidiano, como si fuesen cuadros habitados por lo múltiple. En El silo se yuxtaponen escenas que protagonizan personajes secundarios que alzan el muro de lo social. En ellos conviven cazadores, esquiladores, moteros, jóvenes que rebuscan envases entre la chatarra o esas presencias femeninas que tienen una insólita fortaleza masculina.
   Anarquista, vegano, pacifista y practicante asiduo del ecologismo, John Kinsella  hace de su ideario poético una lente que acerca al medio ambiente, que despoja a las composiciones de aderezo culturalista, que busca difundir argumentos donde se oye el latido de una forma de vida que ya pide el regreso 

   

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