El silo Una sinfonía pastoral John Kinsella Traducción de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez La Garúa/ Poesía Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, 2019 |
SINFONÍA PASTORAL
El quehacer editorial de La Garúa en su nueva singladura abre ruta a otros
ámbitos literarios. Muy grata sorpresa resulta descubrir en su catálogo de
novedades El silo. Una sinfonía pastoral, el
más conocido poemario de John Kinsella (Perth, Australia, 1963). La entrega despertó
una notoria afinidad crítica, como hito central en su actividad creativa,
cuando se publicó en 1995. Hay un dato más que avala la calidad del
escritor australiano; fue el desaparecido crítico Harold Bloom quien seleccionó y escribió la introducción del periodo poético de amanecida de John Kinsella en el
volumen Peripheral Ligt (2004).
Al leer el subtítulo, resulta inevitable el eco de la Sinfonía Pastoral
de Beethoven, esa obra de sensaciones que acumula recuerdos de la estancia en
el campo y que hace de la naturaleza una llanura de libertad expandida. También
provoca una vinculación consciente con lo rural el sustantivo desnudo del
título; el silo define el almacén de grano donde duerme la cosecha tras el
ciclo estacional de la recogida.
Nos hallamos ante un poemario de regreso al entorno afanoso del terruño
y esa percepción cuaja en un estilo descriptivo, casi enfocado a la objetividad
de la crónica. El epígrafe del primer apartado “Sobre el arribo a una casa
desierta en lo profundo del campo” materializa el umbral a una forma de vida
marcada por la soledad y la quietud, donde la contemplación convierte al sujeto
en un receptor de los sentidos. El poema retiene lo observado, se hace refugio
de elementos e imágenes que provocan espacios reflexivos y estados de ánimo.
Como quien cierra los ojos para focalizar mejor las imágenes, los versos
reescriben los rasgos del paisaje.
El relieve campestre visualiza en el segundo apartado los ojos de la
muerte como un contrapunto de los ciclos de labor. En el conjunto “De por qué
talaron los últimos árboles a orillas del arroyo” son abundantes los ejemplos
de fragilidad y finitud. Loros, conejos, serpientes, alimañas o árboles suman
el tiempo crepuscular que hace de la existencia una estación final. Hay poemas
que simbolizan los quiebros existenciales y adquieren un fuerte contenido
simbólico. De ese nutriente nacen las composiciones enlazadas que evocan la
niñez como etapa de asombro y la apertura de una mirada, primero fascinada por
la caza y después avocada a sellar el cañón de la escopeta y a dejar el arma dormido
en un rincón. Toda pulsión es también poda, como esos árboles crecidos en medio
del prado que un día se cortan para dejar sitio a los pastizales.
Si el renglón figurativo de John Kinsella nunca pierde su voz
testimonial, resalta también en su trazado la fuerza de las imágenes; el
preciso laconismo de la desnudez para dibujar cuadros visuales: “A pesar de su
linfática naturaleza / la niebla aparece de súbito y extiende / su mortaja
recia sobre la granja”. Desde esa opacidad llega la vida y los
continuos incidentes domésticos, esas mínimas incisiones en el silencio del
día, como el vuelo de una bandada de pinzones, que marca la azarosa navegación
del tiempo.
Siempre resulta llamativo en el poemario el afán didáctico de las
titulaciones. En el tercer apartado, casi asoma un punto de ironía en el
epígrafe del conjunto: “Beber en la cantina de un hotel campestre”. Todo el
conjunto mantiene una sensibilidad celebratoria. Así se hace evidente en el
tríptico inicial “de parranda”, donde las labores de esquileo concluyen ante la
espuma rebosante de las cervezas. es una manera de sentir que la tierra respira
mientras traza su propio periplo de barbecho, semilla, plenitud y cosecha.
El velado de lo biográfico concreto permite al poeta sincronizar con la
voz colectiva. Los poemas dejan sitio a las facetas plurales de lo cotidiano,
como si fuesen cuadros habitados por lo múltiple. En El silo se yuxtaponen escenas que protagonizan personajes
secundarios que alzan el muro de lo social. En ellos conviven cazadores,
esquiladores, moteros, jóvenes que rebuscan envases entre la chatarra o esas
presencias femeninas que tienen una insólita fortaleza masculina.
Anarquista, vegano, pacifista y practicante asiduo del ecologismo, John
Kinsella hace de su ideario poético una
lente que acerca al medio ambiente, que despoja a las composiciones de aderezo
culturalista, que busca difundir argumentos donde se oye el latido de una forma
de vida que ya pide el regreso
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.