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EL DÍA QUE DEJÉ DE VER FÚTBOL
Porque no me gustan los jugadores que hacen de cada entrada
al adversario una posibilidad de lesión, como si fuesen sicarios.
Porque no me gustan los futbolistas que fingen y prodigan quejan
con aires declamatorios, como esos poetas a quien nadie publica.
Porque no me gustan los entrenadores que venden el humo sucio de
los titulares como chamanes de tribu.
Porque no me gustan los pandilleros oportunistas y mafiosos que
convierten las gradas en escenarios gestuales del nacionalismo radical.
Porque no me gustan Guardiola y Xavi, que olvidaron en el césped de la memoria su inteligencia de medio campistas extraordinarios para convertirse en graffiteros de la demagogia independentista.
Porque no me gustan las tertulias vociferantes del día
después que transforman los
razonamientos en noche oscura y despiertan mi vocación de eremita.
Porque no hay escritores que inventen argumentos donde el
delantero centro se compadecía del portero y fallaba un penalti; delanteros querían jugar medio tiempo con cada equipo; y árbitros que llevaban flores a una muchacha de la grada cero.
Un día salí a la calle, rompí los cromos de
la infancia, dejé de ver fútbol y dormí mi desencanto en un libro.
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