Javier Lostalé (Madrid, 1942) Fotografía del archivo personal del poeta |
ITINERARIO CON LUZ
Homenaje a JAVIER LOSTALÉ
Javier Lostalé nace
en Madrid el 16 de julio de 1942, en el inicio de la posguerra, cuando todavía
son evidentes las heridas colectivas de la contienda incivil entre 1936 y 1939.
Su quehacer poético se encuadra en el grupo generacional de los años setenta, denominado
en los análisis críticos Promoción del Lenguaje o Generación novísima, una propuesta
coral que alcanza definición literaria canónica en la antología Nueve novísimos poetas españoles (Barral
Editores, Barcelona, 1970) con estudio introductorio y selección poética del
crítico catalán José María Castellet.
Aunque el madrileño se matricula en las aulas universitarias de la Facultad de Derecho, se decanta pronto por la comunicación radiofónica. Casi en el inicio de la década comienza recorrido laboral como locutor de radio en la Voz de Palencia. Poco después, empujado por la añoranza del ambiente cultural de la capital y las crecientes inquietudes literarias, retorna a Madrid, incorporado a la plantilla de Radio Centro. Tras la creación de Radiocadena Española, emisora de titularidad pública que comienza emisiones el 4 de diciembre de 1978, trabajó allí como redactor de informativos. La naciente emisora queda integrada en el Ente público RTVE y el periodista pasa a colaborar en Radio Nacional de España, donde forma parte del cuadro fijo de profesionales. Allí ha presentado dos programas de prestigio enraizado: El Ojo Crítico y La estación azul. También dejó su voz en el espacio de radioteatro Historias de RNE. Por su labor de apoyo y promoción a la página escrita recibió en 1995 el Premio Nacional al Fomento de la Lectura, galardón honorífico concedido por el Ministerio de Cultura que reconoce su quehacer difusor y el apoyo constante al desarrollo de hábitos lectores.
Se da a conocer como poeta en la antología Espejo del amor y de la muerte (Bezoar, 1971). Era una conjunción de nombres con selección y prólogo de Antonio Prieto y liminar de Vicente Aleixandre que junto a los textos de amanecida incluía composiciones de Eduardo Calvo, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena y Ramón Mayrata. Aquellos destellos iniciales se integraron en su entrega Jimmy, Jimmy (1976) de cuya lectura Luis Antonio de Villena escribió: “Los poemas de este libro –la poesía de Javier Lostalé más ampliamente- deben ser leídos como una historia. Una historia de dos personajes, a veces casi sombra, y un deseo amoroso. Pero cuidado, raramente lo escrito se libra de alguna forma de la biografía del autor, aunque el lector –acaso no el crítico- debe hacer caso omiso de tal biografía. En la historia de que hablamos existe final y principio, pero no argumento. Quien lee debe tramar esa acción y debe definir sus personajes, que al fin son sólo los suyos”.
En la sensibilidad del momento era signo diferenciador el factor esteticista, pero Javier Lostalé opta por integrarse en una senda personal en la que destacan con nitidez dos nombres propios, bien diferenciados: Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. Una cita del primero sirve de apertura al poemario; al segundo corresponde la imaginería surrealista. El halo de pureza y claridad de la infancia se va borrando en el tiempo; aparece el deseo como impulso invertebrado que desconcierta y propicia formas de percepción; el sujeto siente la soledad como estado ontológico que requiere nueva luz, una mirada renacida que nos completa. Los versos convocan un paréntesis vivencial instalado en la memoria; la voz poemática emprende un recorrido que se inicia tras el despertar del deseo y yuxtapone fechas, nombres, presencias, hasta que la soledad genera su propio ámbito y cristaliza en una calma apagada. Sólo queda hilvanar el pasado desde la elegía.
Esta voz que canta lo perdido se renueva en la segunda cita, Figura en el Paseo marítimo, (1981) donde el amor se transforma en ámbito germinal en la mayoría de las composiciones. El intenso sentir es raíz y salvavidas, una amanecida que inunda el alma del poeta. Fortalece su conciencia con la sensación de habitar un estado de espíritu ajeno al tiempo, que funde lo visible y lo invisible. Es resaltable también la carga simbólica del sustantivo mar. Recordemos que ese umbral de belleza y azul también estaba en la poesía de Vicente Aleixandre de quien Javier Lostalé había preparado en 1971 Antología del mar y de la noche. En el mar confluyen formas y sentidos de naturaleza poética. Es latitud, marea silenciosa que captura, se acerca a la conciencia y abre surcos al pensamiento.
Como escribiera Antonio Lucas, la poesía viene del silencio y va hacia el silencio. Con Figura en el paseo marítimo se duerme el íntimo temblor de la palabra y amanece un largo intervalo de ensimismamiento de casi tres lustros. No se romperá hasta que aparece el tercer libro La rosa inclinada (1995). La entrega tiene como obertura una poética: el texto no pretende desarrollar ninguna hipótesis teórica o conceptual. Busca tono confesional para otorgar a la escritura una función terapéutica y liberadora. El sujeto recurre a la senda verbal como espacio concesivo: en ese territorio los sueños son habituales transeúntes, las historias sentimentales discurren a la búsqueda del final feliz y el olvido pierde poder de corrosión. Como en Rilke, la rosa en su resplandor encarna un sueño antiguo que se concreta en un instante, purificando los sentimientos. En su belleza, es arquetipo de un inalcanzable anhelo.
Tres años después se edita Hondo es el resplandor (1998). Roberto Loya aporta una reflexión crítica al libro y explora influencias, temas, adscripción generacional y singularidades de la tarea poética. Impulsado por el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, el título asocia profundidad y luz. La memoria preserva la quemadura de lo acontecido porque los cuerpos únicamente dejan una experiencia de conocimiento, una trama de imágenes. Muchos años después, en 2022, Libros de la revista Áurea, en colaboración con Editorial Polibea y con edición de Miguel Losada, publica un homenaje al poeta en el que participan más de noventa voces que emplea el aserto En su hondo resplandor, es un hermoso balance de admiración poética y complicidad afectiva.
Inédito en este momento como
libro exento, La estación azul recoge
poemas en prosa escritos entre 1998 y 2001. Está dedicado a Claudio Rodríguez,
uno de los magisterios esenciales de la Generación del 50. Los siete apartados que conforman contenidos están
formados por textos autónomos en los que reverdecen las habituales obsesiones
del ideario personal. La estación azul
define un espacio arquetípico que sirve de morada al pensamiento; lo real se
suspende ante el cúmulo de imágenes. En este ámbito es posible encontrar sueños
incontaminados o divagar sobre conceptos como la belleza y la poesía. Durante
el periodo de escritura Javier Lostalé preparó la antología Edad presente, una muestra de la poesía
cordobesa de la última década, por lo que muchos de los textos están dedicados
a los jóvenes poetas andaluces. El libro se reedita en la colección Los cuatro
vientos de Renacimiento en 2016.
Fue el poeta nicaragüense Rubén Darío quien subió a los estantes literarios la palabra azul. Convirtió al sustantivo en mercurio poético, en estrato valioso, en una conmoción sentimental que fomentó la singularidad estética del Modernismo. Con él amanecía un propósito persuasivo que buscaba en cada verso el asombro y caracteriza el lenguaje como un ámbito de concordia y revelación. Con esta poética se fraguan las teselas en prosa de La estación azul, quinta entrega de Javier Lostalé, editada por primera vez en 2003, pocos meses después de que se reuniera su corpus en La rosa inclinada. Los textos tienen una naturaleza paradójica. Velan ángulos intimistas del yo biográfico para argumentar reflexiones sobre un entorno próximo, habitado por la contingencia.
Una breve nota prologal comparte la gestación de la entrega: las teselas verbales nacieron como fragmentos destinados a la publicación en las páginas del diario ABC, por encargo del desaparecido poeta Santiago Castelo. Por su carácter lírico pasaron a formar parte, como se ha dicho, del material incluido en La rosa inclinada. Retornó a las estanterías como libro autónomo, tras recibir el Premio Francisco de Quevedo, certamen convocado por el Ayuntamiento de Madrid. Se han añadido tres teselas inéditas y no hay otras modificaciones en la nueva edición de Renacimiento; por tanto, el acercamiento a la prosa lírica de La estación azul desde su mirada fragmentaria contiene una intensa narratividad lírica. Sus piezas conforman un árbol de luz, una realidad con epitelio onírico, que aporta a quien se acerca la claridad gozosa del encuentro, pensamientos que alzan refugio, indagación y búsqueda.
La producción poética reunida en
La rosa inclinada por la editorial
madrileña Calambur en 2002 se completa con tres poemas inéditos de un
libro en marcha, en los que se retoma el verso libre como estrategia expresiva
básica. En el conjunto, la mirada poética desde 1976 hasta 2001 mantiene en
cada entrega una dilatada capacidad de sugerencia; integra un conjunto de
motivos recurrentes en los que la conciencia de ser se va gestando. Como si
suscribiera aquel aserto de Pablo García Baena, poeta de Cántico, Javier
Lostalé entiende la poesía como “un diario riguroso y verdadero”.
Otra vez Calambur impulsa Tormenta transparente en 2010. La voz interior del hablante verbal hace de la meditación sobre el amor una luminosa senda indagatoria. Entregado al tiempo y los devaneos de su condición transitoria, el sujeto busca raíz en el territorio de los sentimientos, un espacio que se convierte en posibilidad y realización, en respuesta ante la fugacidad de la existencia. El latido amoroso es evocación y canto, palpita y resuena, se articula como un profundo centro que aglutina vivencias y destino. Es morada y, como escribiera Francisco Pino, “nunca existe el adiós cuando se ama” porque hasta lo extinto se hace aurora, y se aleja de cualquier paisaje de niebla y olvido.
Poco antes de que llegase a la mesa de novedades El pulso de las nubes (2014) se publica el ensayo Quien lee vive más (2013) una reivindicación del paso de los libros; al cabo, sigue vigente el argumento de María Zambrano, “Escribir y leer es defender la soledad en que se está”; la filosofía escritural de esta entrega tendrá continuidad en el tiempo con los volúmenes Lector de poesía (2019) y el breviario Lector cómplice (2021). Son libros en los que emana el anhelo de la lectura como forma de superar los límites impuestos por lo real y la posibilidad de encontrar entre las páginas un afán transcendente, una exploración de conocimiento, una existencia más libre: “Quien lee ama pues aunque esté solo no hay nada que desde su silencio o ausencia deje de responderle hasta cobrar una presencia que acompaña como el amor. Quien lee ama, porque durante la lectura se crea una tensión en la que un paisaje se reconoce más allá de su aspecto físico y de sus luces al establecerse una relación psíquica semejante, por su correspondencia, al amor.”
El
tramo final constata una obra de madurez que descubre una fuerza creadora sin
grietas ni zonas de sombra, con representación en las antologías Rosa y tormenta (2013), Azul relente (2014), Tiempo en lunación (2019) y La luz de lo perdido (2020). En el
espacio angosto que media en la última década ven la luz las entregas El pulso de las nubes 2014), Cielo (2018) y Ascensión (2022). Son estaciones que avanzan con una cadencia
temporal uniforme y en una misma senda de despojamiento, transcendencia y
misticismo especular. En El pulso de las
nubes la mirada lírica sondea la levedad de lo intangible; la palabra se
transforma en vuelo para reafirmar el material transitorio de la memoria. Nada
pertenece al yo, salvo un espacio abierto a la incertidumbre y la quietud. El
entorno tiende sus manos para mostrar al poeta ciclos estacionales, su estar en
una larga pausa florecida mientras la existencia se va moldeando como una
“ciega y sorda transparencia” que el discurrir temporal deshabita.
En esa indagación meditativa opera también el ideario de Cielo (2018) que aporta como cierre el epílogo “La realidad sublimada” escrito por el poeta y crítico Diego Doncel. En este texto se habla de un poeta a trasmano, ajeno al culturalismo y la metapoesía generacional, que gesta una aventura espiritual plena de sensación y sentido. La realidad se sublima y lo anecdótico desaparece para concentrar la mirada en un cielo interior donde respira el pulso de lo invisible, la física del cielo que anunciara Rilke.
Ascensión abre las alas del poema en 2022 y refrenda la larga travesía de depuración expresiva. Lostalé define la entrega como un diálogo del espíritu con el espíritu, aunque nunca exento de carnalidad celebratoria. El cuerpo es deseo y pulsión incandescente; la ascensión alumbra una fuerza hacia la consumación, un salto para llegar al lugar invisible donde el cielo se abre en acogida; pero también un descenso hacia lo íntimo que busca acariciar el cuerpo de la ausencia en un empeño inútil de tantear el vacío y salir de sí mismo.
Completa el quehacer escritural de esta etapa la edición de Árbol desnudo. La poesía de José Cereijo (2017), poeta de Redondela pero afincado en Madrid con quien mantiene una estrecha relación personal. La selección dibuja un paisaje atento a todas las entregas publicadas, desde el título inicial Límites, aparecido en 1994.
El largo itinerario y la continuidad en el tiempo conforman un nítido
perfil del poeta Javier Lostalé. Es un viaje a la esencia, personal e intenso, que nos deja memoria y poesía, un trayecto
interior por la palabra que proclama su poder transformador, su luz, su cielo.
Aunque el madrileño se matricula en las aulas universitarias de la Facultad de Derecho, se decanta pronto por la comunicación radiofónica. Casi en el inicio de la década comienza recorrido laboral como locutor de radio en la Voz de Palencia. Poco después, empujado por la añoranza del ambiente cultural de la capital y las crecientes inquietudes literarias, retorna a Madrid, incorporado a la plantilla de Radio Centro. Tras la creación de Radiocadena Española, emisora de titularidad pública que comienza emisiones el 4 de diciembre de 1978, trabajó allí como redactor de informativos. La naciente emisora queda integrada en el Ente público RTVE y el periodista pasa a colaborar en Radio Nacional de España, donde forma parte del cuadro fijo de profesionales. Allí ha presentado dos programas de prestigio enraizado: El Ojo Crítico y La estación azul. También dejó su voz en el espacio de radioteatro Historias de RNE. Por su labor de apoyo y promoción a la página escrita recibió en 1995 el Premio Nacional al Fomento de la Lectura, galardón honorífico concedido por el Ministerio de Cultura que reconoce su quehacer difusor y el apoyo constante al desarrollo de hábitos lectores.
Se da a conocer como poeta en la antología Espejo del amor y de la muerte (Bezoar, 1971). Era una conjunción de nombres con selección y prólogo de Antonio Prieto y liminar de Vicente Aleixandre que junto a los textos de amanecida incluía composiciones de Eduardo Calvo, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena y Ramón Mayrata. Aquellos destellos iniciales se integraron en su entrega Jimmy, Jimmy (1976) de cuya lectura Luis Antonio de Villena escribió: “Los poemas de este libro –la poesía de Javier Lostalé más ampliamente- deben ser leídos como una historia. Una historia de dos personajes, a veces casi sombra, y un deseo amoroso. Pero cuidado, raramente lo escrito se libra de alguna forma de la biografía del autor, aunque el lector –acaso no el crítico- debe hacer caso omiso de tal biografía. En la historia de que hablamos existe final y principio, pero no argumento. Quien lee debe tramar esa acción y debe definir sus personajes, que al fin son sólo los suyos”.
En la sensibilidad del momento era signo diferenciador el factor esteticista, pero Javier Lostalé opta por integrarse en una senda personal en la que destacan con nitidez dos nombres propios, bien diferenciados: Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. Una cita del primero sirve de apertura al poemario; al segundo corresponde la imaginería surrealista. El halo de pureza y claridad de la infancia se va borrando en el tiempo; aparece el deseo como impulso invertebrado que desconcierta y propicia formas de percepción; el sujeto siente la soledad como estado ontológico que requiere nueva luz, una mirada renacida que nos completa. Los versos convocan un paréntesis vivencial instalado en la memoria; la voz poemática emprende un recorrido que se inicia tras el despertar del deseo y yuxtapone fechas, nombres, presencias, hasta que la soledad genera su propio ámbito y cristaliza en una calma apagada. Sólo queda hilvanar el pasado desde la elegía.
Esta voz que canta lo perdido se renueva en la segunda cita, Figura en el Paseo marítimo, (1981) donde el amor se transforma en ámbito germinal en la mayoría de las composiciones. El intenso sentir es raíz y salvavidas, una amanecida que inunda el alma del poeta. Fortalece su conciencia con la sensación de habitar un estado de espíritu ajeno al tiempo, que funde lo visible y lo invisible. Es resaltable también la carga simbólica del sustantivo mar. Recordemos que ese umbral de belleza y azul también estaba en la poesía de Vicente Aleixandre de quien Javier Lostalé había preparado en 1971 Antología del mar y de la noche. En el mar confluyen formas y sentidos de naturaleza poética. Es latitud, marea silenciosa que captura, se acerca a la conciencia y abre surcos al pensamiento.
Como escribiera Antonio Lucas, la poesía viene del silencio y va hacia el silencio. Con Figura en el paseo marítimo se duerme el íntimo temblor de la palabra y amanece un largo intervalo de ensimismamiento de casi tres lustros. No se romperá hasta que aparece el tercer libro La rosa inclinada (1995). La entrega tiene como obertura una poética: el texto no pretende desarrollar ninguna hipótesis teórica o conceptual. Busca tono confesional para otorgar a la escritura una función terapéutica y liberadora. El sujeto recurre a la senda verbal como espacio concesivo: en ese territorio los sueños son habituales transeúntes, las historias sentimentales discurren a la búsqueda del final feliz y el olvido pierde poder de corrosión. Como en Rilke, la rosa en su resplandor encarna un sueño antiguo que se concreta en un instante, purificando los sentimientos. En su belleza, es arquetipo de un inalcanzable anhelo.
Tres años después se edita Hondo es el resplandor (1998). Roberto Loya aporta una reflexión crítica al libro y explora influencias, temas, adscripción generacional y singularidades de la tarea poética. Impulsado por el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, el título asocia profundidad y luz. La memoria preserva la quemadura de lo acontecido porque los cuerpos únicamente dejan una experiencia de conocimiento, una trama de imágenes. Muchos años después, en 2022, Libros de la revista Áurea, en colaboración con Editorial Polibea y con edición de Miguel Losada, publica un homenaje al poeta en el que participan más de noventa voces que emplea el aserto En su hondo resplandor, es un hermoso balance de admiración poética y complicidad afectiva.
Fue el poeta nicaragüense Rubén Darío quien subió a los estantes literarios la palabra azul. Convirtió al sustantivo en mercurio poético, en estrato valioso, en una conmoción sentimental que fomentó la singularidad estética del Modernismo. Con él amanecía un propósito persuasivo que buscaba en cada verso el asombro y caracteriza el lenguaje como un ámbito de concordia y revelación. Con esta poética se fraguan las teselas en prosa de La estación azul, quinta entrega de Javier Lostalé, editada por primera vez en 2003, pocos meses después de que se reuniera su corpus en La rosa inclinada. Los textos tienen una naturaleza paradójica. Velan ángulos intimistas del yo biográfico para argumentar reflexiones sobre un entorno próximo, habitado por la contingencia.
Una breve nota prologal comparte la gestación de la entrega: las teselas verbales nacieron como fragmentos destinados a la publicación en las páginas del diario ABC, por encargo del desaparecido poeta Santiago Castelo. Por su carácter lírico pasaron a formar parte, como se ha dicho, del material incluido en La rosa inclinada. Retornó a las estanterías como libro autónomo, tras recibir el Premio Francisco de Quevedo, certamen convocado por el Ayuntamiento de Madrid. Se han añadido tres teselas inéditas y no hay otras modificaciones en la nueva edición de Renacimiento; por tanto, el acercamiento a la prosa lírica de La estación azul desde su mirada fragmentaria contiene una intensa narratividad lírica. Sus piezas conforman un árbol de luz, una realidad con epitelio onírico, que aporta a quien se acerca la claridad gozosa del encuentro, pensamientos que alzan refugio, indagación y búsqueda.
Otra vez Calambur impulsa Tormenta transparente en 2010. La voz interior del hablante verbal hace de la meditación sobre el amor una luminosa senda indagatoria. Entregado al tiempo y los devaneos de su condición transitoria, el sujeto busca raíz en el territorio de los sentimientos, un espacio que se convierte en posibilidad y realización, en respuesta ante la fugacidad de la existencia. El latido amoroso es evocación y canto, palpita y resuena, se articula como un profundo centro que aglutina vivencias y destino. Es morada y, como escribiera Francisco Pino, “nunca existe el adiós cuando se ama” porque hasta lo extinto se hace aurora, y se aleja de cualquier paisaje de niebla y olvido.
Poco antes de que llegase a la mesa de novedades El pulso de las nubes (2014) se publica el ensayo Quien lee vive más (2013) una reivindicación del paso de los libros; al cabo, sigue vigente el argumento de María Zambrano, “Escribir y leer es defender la soledad en que se está”; la filosofía escritural de esta entrega tendrá continuidad en el tiempo con los volúmenes Lector de poesía (2019) y el breviario Lector cómplice (2021). Son libros en los que emana el anhelo de la lectura como forma de superar los límites impuestos por lo real y la posibilidad de encontrar entre las páginas un afán transcendente, una exploración de conocimiento, una existencia más libre: “Quien lee ama pues aunque esté solo no hay nada que desde su silencio o ausencia deje de responderle hasta cobrar una presencia que acompaña como el amor. Quien lee ama, porque durante la lectura se crea una tensión en la que un paisaje se reconoce más allá de su aspecto físico y de sus luces al establecerse una relación psíquica semejante, por su correspondencia, al amor.”
En esa indagación meditativa opera también el ideario de Cielo (2018) que aporta como cierre el epílogo “La realidad sublimada” escrito por el poeta y crítico Diego Doncel. En este texto se habla de un poeta a trasmano, ajeno al culturalismo y la metapoesía generacional, que gesta una aventura espiritual plena de sensación y sentido. La realidad se sublima y lo anecdótico desaparece para concentrar la mirada en un cielo interior donde respira el pulso de lo invisible, la física del cielo que anunciara Rilke.
Ascensión abre las alas del poema en 2022 y refrenda la larga travesía de depuración expresiva. Lostalé define la entrega como un diálogo del espíritu con el espíritu, aunque nunca exento de carnalidad celebratoria. El cuerpo es deseo y pulsión incandescente; la ascensión alumbra una fuerza hacia la consumación, un salto para llegar al lugar invisible donde el cielo se abre en acogida; pero también un descenso hacia lo íntimo que busca acariciar el cuerpo de la ausencia en un empeño inútil de tantear el vacío y salir de sí mismo.
Completa el quehacer escritural de esta etapa la edición de Árbol desnudo. La poesía de José Cereijo (2017), poeta de Redondela pero afincado en Madrid con quien mantiene una estrecha relación personal. La selección dibuja un paisaje atento a todas las entregas publicadas, desde el título inicial Límites, aparecido en 1994.
Festival de Poesía (IM)Prescindibles
Moralzarzal, 30 de
abril, 2023
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