miércoles, 24 de mayo de 2023

ROSANA ACQUARONI. 18 CIERVAS

18 ciervas
Rosana Acquaroni
Bartleby Editores / Poesía
Madrid, 2023

MÁS ALLÁ DEL REGRESO

 

   El largo recorrido poético de Rosana Acquaroni (Madrid, 1964), licenciada en Filología Hispánica y doctora en Lingüística Aplicada, ha ido sembrando hitos esenciales, desde aquella temprana carta de presentación Del mar bajo los puentes que consiguiera un accésit del Premio Adonáis en 1987. En 2018 publicaba en Bartleby La casa grande, un poemario con nítido sustrato autobiográfico, en el que la reflexión proponía un viaje interior que amplificaba su textura emotiva. Con idéntico timbre amanece 18 ciervas, cuya presentación en la biblioteca madrileña Eugenio Trías del Parque del Retiro, con aforo completo y una nutrida muestra de la poesía actual, ratificaba el interés luminoso que han despertado las nuevas composiciones.
  Citas de Francisca Aguirre y Angelina Gatell conforman una mínima invitación a escuchar el lenguaje de los sentimientos para que se defina la identidad del yo; sin la dicción clara de lo emotivo, el sujeto se deshabita, vive a solas confinado en su gélida caverna temporal.
   Rosana Acquaroni abre su poemario enunciando una aparición. El yo poético es testigo en el bosque de la hermosa presencia de una cierva, casi suspendida en el tiempo; no se trata de una visión fugaz sino de una percepción que convulsiona la sensibilidad y se queda –qué excelente plenitud expresiva- “atrapada en el ámbar del instante”. La dormida silueta de la cierva abre la evocación y la memoria, se hace mapa de reflexión y espera, un refugio abierto para la vigilia del pensamiento como símbolo fuerte de plenitud amorosa. 
   El hilo argumental enriquece su avance desde referentes culturales que expanden el campo de visión con aseveraciones complementarias. Así sucede con los versos en cursiva que pertenecen a la película En cuerpo y alma (2017) de la cineasta húngara Ildikó Enyedi. Su semántica alumbra una historia de amor que va emergiendo hasta la superficie del poema, cambiando toda la vida en un instante. Poco a poco se deshace la sensación de cansancio y soledad, la desgajada esencia de una prematura vejez que ensombrecía los espejos en una espera inútil que, de pronto, renace en otro marco: “Y entonces /      me preguntas: / a qué lugar exacto del olvido / lo arrojaste de ti / en qué arista tu cuerpo / en qué intersticio /     tallaste de la nada / un nuevo amor.”. Es otra amanecida que marca en el reloj un transitar distinto.
   Pero la realidad persiste fuerte, como las dieciocho ciervas pintadas en la cueva prehistórica de Covalanas (Ramales de la Victoria, Cantabria) que dan título al libro y cuyo rastro en el tiempo confirma que hay pasos, también en el amor, para el regreso. La pared se perfila en los trazos en rojo de los animales como un diario de retorno al ahora, la pintura es reflejo de la respiración acompasada del encuentro amoroso. Nace con fuerza el reincidente latido del deseo, la llama viva que anida en cada célula y desata el placer: “SAGRADA EPIFANÍA / leche que se derrama / matérica / en la noche. / Déjala entrar, amor.”
  En el transitar intimista del poemario sorprende la contundencia expresiva del título “Anatomía del primer disparo” que reúne las composiciones del segundo apartado. También la cita de Chantal Maillard refuerza la idea de un viraje nocturnal en la palabra poética. El desamor abre una grieta densa en lo diario, una hemorragia de sombras que empaña el suelo triste de la convivencia. Se multiplican las instantáneas que marcan la frialdad desapacible: la cierva cercada en el incendio, el pájaro que choca contra el cristal o el aire teñido de muerte venidera son voces premonitorias de la herida. La inclusión en cursiva de los párrafos del manual de caza recuerda la voz del narrador omnisciente que va marcando los tiempos del dolor, el goteo de indicios que apunta lo que va a suceder.
   Pero el pasado también regresa y con él las suturas de la maternidad y el alumbramiento del hijo. Aquel trecho de luz define un tiempo de incertidumbre y sueño en el que se suman las nervaduras de una travesía argumental donde la violencia y el perdón conviven en un extraño abrazo. Hay que seguir, más allá de la herida, buscar de nuevo una casa encendida y habitable, vacía de recuerdos, dispuesta a buscar otra luz y otro equilibrio para que retorne “Un amor sin certeza ni linaje”.
  La coda final “18 ciervas” marca en los versos los pasos del retorno. El pasado refrenda un espacio angosto y encogido donde todo se ha cubierto de extrañeza y olvido, en un largo desfile de ausencias que pone muros a una casa vacía. Queda la cierva como símbolo del temblor vivido, como holograma pálido de rostros y voces que se apagan en el cauce del estar.
   En 18 ciervas el amor y el desamor se convierten en piedras angulares que emergen por las grietas del tiempo. En un intenso ejercicio introspectivo, la mirada poética busca señales y símbolos con emoción y desasosiego y compone un profundo sentimiento amoroso cuyas vibraciones afectan a los tejidos más profundos del yo. La memoria tiende al sol harapos del pasado y recupera desvanecidas instantáneas que marcaron la piel de los días. Y desde su lejanía camina hacia el ahora para escuchar intacto su silencio, su voz estremecida, su vacío.

JOSÉ LUIS MORANTE





 

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