La soledad que nos habita Paloma Fernández Gomá Prólogo de Antonio García Velasco Editorial Diwan Mayrit Madrid, 2022 |
AUSENCIAS
El compromiso vital con la literatura de Paloma Fernández Gomá, poeta,
narradora, crítica literaria y directora de la revista Dos orillas, ha
protagonizado un largo itinerario creador en el que la poesía mantiene una
presencia continua. Desde el inicio de los años noventa, cuando aparecieron El ocaso del girasol y Calendas, se define como estrategia
vertebral. El empeño poético persiste en el discurrir temporal, más de tres
décadas después, con la entrega La
soledad que nos habita,
compilación de poemas que incorpora una introducción de Antonio García Velasco.
El prólogo realiza un análisis minucioso de la soledad como venero argumental y
como estado consustancial de la condición de ser, y recuerda libros y poetas
que hicieron clave literaria del tema: Lope de Vega, Luis de Góngora, Antonio
Machado, Francisco Villaespesa, Federico García Lorca o Miguel Hernández. Pero
cada voz incorpora al motivo intimidad, confianza verbal, empeño dialogal y contingencias
específicas. De este modo, el asunto se renueva y completa nuevos itinerarios
expresivos. Con este enfoque, Paloma Fernández Gomá recuerda los días de la
pandemia; el covid puso noche en las relaciones sociales y clausuró durante
muchos meses nuestra normalidad diaria, alterando de forma severa el mapa
emocional y el cambiante territorio de la convivencia.
Quiero comenzar este breve análisis resaltando
un matiz del título La soledad que nos habita que personifica un
oxímoron: si la soledad es carencia del otro, el pronombre personal nos ratifica que quien habla se
encuentra consigo mismo en el discurrir existencial. Es un yo desdoblado que
habla consigo mismo como serena estrategia de conocimiento. El ser está en
vigilia, es consciente del cauce reflexivo de su pensamiento; sabe que la
soledad se percibe en el quehacer diario de los sentidos, pero también cobra
presencia desde una perspectiva interior que toma el pulso a la evocación,
frágil y quebradiza, y al pulso transitorio del discurrir.
Estar es añorar labios ausentes, buscar en el pasado un refugio donde tiene
sitio la plenitud de lo vivido. Así cobra sentido un discurso poético cuajado
de preguntas. El balance del encierro constata que la soledad se ha diseminado
por las calles y que las aceras muestran una desnudez de frío e intemperie. El discurrir
diario percibe una erosiva huida del sentir; la alegría se traspapela en
cualquier grieta y el mañana se bordea con líneas de incertidumbre y espera.
Toda la primera parte mantiene un fuerte sentido unitario. Cada texto es
una tesela reflexiva que deja la sensación de desplazarse por una senda
deshabitada, en la que solo se perciben las huellas marcadas de la soledad. El hablante
lírico muestra una conciencia dubitativa, que se hace eco del estar sobre un
fondo de ausencias. Su percepción suma despojadas instantáneas de un estar
diario en el que solo el amor es consuelo y bálsamo.
El segundo apartado del libro “Tiempo Covid” es muy breve. Sus textos perfilan
destellos cognitivos sobre el virus y describen su presencia como un insólito
pasajero que propone un viaje a ninguna parte. El análisis reflexivo del poema
“Covid 19” recuerda los estragos de la enfermedad entre los más débiles y su
devastadora desolación en hospitales y residencias. La realidad se impuso como
una cicuta que envenenaba ilusiones y sueños y que subrayaba la fragilidad esencial
que cobija cada ser humano. Como una plaga bíblica se asentó entre nosotros
para recordarnos los límites y carencias.
Desde una voz confesional e
introspectiva, Paloma Fernández Gomá ofrece en La soledad que nos habita el
testimonio personal de un tiempo ensimismado. Con verbo despojado y mirada
nítida, los poemas descubren la soledad como inquietante refugio del miedo,
pero también como quehacer del yo que busca en la hondura una respuesta a su
orfandad autobiográfica. Que hace de la poesía un punto de apoyo para caminar
entre las sombras y la noche.
JOSÉ LUIS MORANTE
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