Lejos del paraíso Fotografía de Javier Cabañero Valencia |
Ante el insistente empuje de la
melancolía, una mañana Adán retornó al paraíso. Se adentró en sus espacios con
la fuerza feliz de quien busca el lugar propio. No tardó en advertir que
recorría un territorio de desposesión. Aquel sitio solo cobijaba abandono.
En el centro del páramo se alzaba todavía el árbol del bien y del mal; miró aquella silueta y se hizo efectiva la soledad de un tronco calcinado y rijoso.
No aguantó más. Bajó los ojos y convocó el olvido, como si el paraíso no hubiese existido nunca. Se precipitó hacia la salida. Sus pasos tropezaron con el ala inerte de algún ángel, el metal chamuscado de una espada herrumbrosa y una camisa oscura de serpiente.
En el centro del páramo se alzaba todavía el árbol del bien y del mal; miró aquella silueta y se hizo efectiva la soledad de un tronco calcinado y rijoso.
No aguantó más. Bajó los ojos y convocó el olvido, como si el paraíso no hubiese existido nunca. Se precipitó hacia la salida. Sus pasos tropezaron con el ala inerte de algún ángel, el metal chamuscado de una espada herrumbrosa y una camisa oscura de serpiente.
(De Cuentos diminutos)
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