martes, 12 de diciembre de 2023

IGNACIO DOCAVO. EJEMPLARES

Ejemplares
Ignacio Docavo
Editorial Contrabando
Colección Textos y Contextos
Valencia, 2023

 

PAVESAS ENCENDIDAS


  Al luminoso día del aforismo contemporáneo se incorpora Ignacio Docavo (Valencia, 1965), Licenciado en Biología y Psicología, docente, autor del poemario Ladrón de horizontes, guionista de teatro infantil y editor del sello de poesía La Coz. Una senda lacónica nueva dispuesta a recorrer el persistente mapa indagatorio de un género, sólo en apariencia menor, que ambiciona escribir los puntos suspensivos del pensamiento en servilletas de papel.
  Ejemplares es una obra densa que contiene más de quinientos aforismos y que, en palabras de Manuel Arranz, hace de lo existencial el tema nuclear de las teselas verbales. Se percibe el forjado de una identidad “que escribe en prosa pero piensa en poesía” y observa los dardos luminosos del día con los ojos entrecerrados por el exceso de claridad. Quien mira desde la conciencia, pausa el tiempo para comprender reflejos y latidos.
   El escritor prescinde del paratexto orientativo de las citas para adentrarse, si hacemos caso al sentido explícito del enunciado inicial “Coces”, en un enfoque directo, en un registro cortante y dispuesto a la defensiva, casi en la trinchera de la impertinencia y el bofetón verbal. Veamos algunos ejemplos de este primer apartado: “Bastan pocos aforismos para saber si un autor vende su pensamiento a cambio de su ingenio”; “Escribo cada línea huyendo de la anterior”, “Lo que llamamos intuición suele ser un prejuicio”, “Lo que no es pantalla es el resto de la casa”; ”Quien se nos parece proporciona una escala objetiva para saber hasta qué punto nos despreciamos”. La mínima selección dibuja bien el sabor de boca de los textos, ese regusto amargo que fija un contexto donde se hace palpable la ausencia de certidumbres y medias verdades pretendiendo sondear las claves del entorno, como si cada elemento del paisaje diario acogiera un exacto repertorio de conclusiones.
   Ignacio Docavo convoca en la sección inicial una nutrida dispersión argumental. El amplio contenido propicia el razonamiento deductivo; al cabo el pensamiento es “el humo de la locomotora”, la combustión interna de nuestros actos; el empeño por entender el discurrir de la existencia. Pero ese entendimiento también es subjetivo y parcial porque ninguna inteligencia está exenta del lugar común, de la sombra informe de la necedad, de la visión subjetiva que convierte el ombligo propio en inacabable manantial de naderías: “En todo escritor hay algo que nos remite al tonto del lapicero”. Ni siquiera nos salva la lección del tiempo: “Con la edad, los molinos acaban siendo molinos y los gigantes también”, "Rectificar no es de sabios, sino de indecisos".
   En su afán de analizar lo que sucede, inmerso a diario en una rutina siempre diferente, el sujeto pone cerco a su incertidumbre desde el pensamiento. Generalizando consigo mismo, como si necesitase ubicar los puntos cardinales del presente en su itinerario personal, en ese mapa desplegado que hace de la coherencia un espejismo, una paisaje cercano, pero inalcanzable.
   Si en la primera parte, “Coces” se escuchaba a menudo el paso firme de la voz áspera, en el segundo tramo “Chascos” suena en el tímpano diario la campanilla de la decepción; una sedentaria sensación de cháchara interior; la impresión desagradable que germina cuando la realidad resbala y no permite el mediodía previsto de ilusión o alegría. El decurso existencial no resulta ser como se esperaba; está lleno de contingencias insólitas y desvíos que alargan el camino y lo cubren con los cirros de la insatisfacción. Con frecuencia los textos pierden el formato habitual del laconismo con resolución inmediata para convertirse en destellos autobiográficos, siempre proclives a la ironía y a rebajar el nivel de solemnidad: “El que tiene serenidad para las pequeñas cosas también la tendrá en las grandes ocasiones, me digo después de abrir sin mucho sobresalto un bote de garbanzos”, “Hoy coincidieron la última pinza disponible y el último calcetín por tender”, “Una lista de propósitos diarios que consume el día entero para elaborarse”.
   De frente  o de perfil, el discurrir temporal refleja una inercia dura y seca en la que quien se observa a sí mismo se siente un náufrago vadeando las circunstancias del presente. En ese estar frente a lo cotidiano el aforismo alza el vuelo, traza escuetos itinerarios para nombrar la realidad. Otra vez el balbuceo, la mansedumbre de tantear la superficie de las cosas sin descubrir su esencia, como si el lugar del poema –el castillo kafkiano- tuviese la alzada arquitectónica del laberinto.
  El personaje verbal deja instantáneas mentales, se hace cronista de la soledad y el ensimismamiento; mientras, alrededor, otros secundarios personifican balizas en medio del paisaje, dispuestas a recibir las miradas del observador, como mensajes de auxilio, como si hicieran llegar al otro la necesidad de tender puentes. Lo inadvertido, esas pavesas que dispersa el viento, proclama con nítido sentir que cada yo deja en el agua su estela transitoria, el trazo leve de una cortina que mueve el viento.
  El discurso aforístico de Ignacio Docavo indaga en el pensamiento. Se hace introspección a través de secuencias personales y colectivas que otorgan a sus textos lacónicos una perspectiva a caballo entre el realismo paradójico y la ironía. Los aforismos tantean frente a las cosas, desdeñan hermetismos para mostrar la inquietud desencantada de lo contingente, ese viaje azaroso sobre una frágil geografía, a merced del tiempo.
 
                                                      JOSÉ LUIS MORANTE
   
 
 

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