Un lugar en el que nunca he escrito Aitor Francos Renacimiento, Sevilla, 2013 |
CON BARTLEBY
El tramo inicial del siglo XXI, como tiempo de edición, delimita una
última hornada de voces en la que encuentra sitio Aitor Francos, (Bilbao,
1986). El poeta es Licenciado en Medicina por la
Universidad del País Vasco, ejerce de crítico ocasional en revistas como Zurgai y la publicación digital Koult, y su primera
salida, Igloo, consiguió en 2011 el Premio Surcos;
ahora nos deja en la misma editorial, Renacimiento, el poemario Un lugar en el que nunca he escrito. El aserto de esta segunda entrega remite de inmediato al libro de relatos de David Leavitt, Un lugar en el que nunca he estado, publicado en España por Anagrama en 2009.
Este conjunto de poemas emplea como obertura un legado plural en
el que se amalgaman citas de procedencia dispar. Está Bertolt Brecht,
paradigma del compromiso social en poesía, y Antonio Cabrera, ejemplo de
indagación meditativa, junto a etiquetados más difusos y abiertos como los que impulsan José
Fernández de la Sota, Martín López Vega, o Jesús Aguado. En cualquier caso, la
voz escritural encuentra siempre refrendo en los estantes de la biblioteca para su
recorrido por un entorno próximo, en el que se percibe un estado de tedio y confusión que apenas cuenta con vías de escape.
El acontecer no es lineal y diáfano; se construye sobre percepciones
fragmentarias que buscan en su expresión escrita un registro intermitente.
El sujeto poético se vislumbra en el espejo de la identidad como un Bartleby
tedioso, anotando renglones con un pulso irónico, como si el calendario laboral
contagiase frío y fuese necesario disipar sus nieblas y ausencias de
entusiasmo. Lo mismo que el apocado personaje de H. Melville, es un
resistente a la acción; no pide cuentas ni justificaciones. Está ahí, junto a
los otros; carece de respuestas y no desea pronunciamientos; acaso formula una
experiencia vital conformada por sustratos de alucinación y engaño.
Una característica formal que llama de inmediato la atención es el empleo continuo del soneto en verso blanco. Si su ilustre paisano Blas de
Otero consiguió con la estrofa las más altas cotas de la poesía existencial de
posguerra, Aitor Francos repite itinerario por los catorce versos de la estrofa
para abordar la percepción de un entorno discontinuo y sombrío.
El ideario figurativo, sólido y fértil en las últimas décadas, ha
acostumbrado a la recepción de poesía bajo un guión lógico y narrativo. La
lírica de Aitor Francos no permite ese enfoque; aunque en el libro hay una
innegable unidad de tono, cada composición disputa el sitio de su autonomía textual
para impulsar desde el conjunto una lectura metafórica del desamparo, una
mirada con destellos irracionales. El poema no se retrae a un único sentido,
exige la interpretación del lector que comprenda indicios, que nunca deje al
margen una perspectiva personal. El escritor, tras cada impulso
manuscrito, deja la borrosa identidad de un Bartleby desocupado que, como
argumenta el saber antiguo de la tradición, “preferiría no hacerlo”.
Muy bueno! Gracias por compartir. Buen dia!
ResponderEliminarEres muy amable y siempre es grato encontar el cálido aliento del lector. Feliz día y mis mejores deseos.
EliminarCon una crítica como esta, ¿cómo no va a resultar atractivo el autor? Habrá que buscarle y leerle. Un abrazo
ResponderEliminarCon un amigo como tú, ¿cómo no seguir escribiendo para dejar constancia de que la literatura es siempre un camino de afecto?. Un fuerte abrazo.
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