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Los otros, conmigo Imagen de internet |
LUCES A SOLAS
Desde hace cuatro días en la casa
no hay nadie, salvo yo. Al bajar la escalera una luz interior del dormitorio se
enciende sola. No recuerdo cómo accioné el interruptor. Apago y tanteo hacia el perfil callado del pasillo. Otra vez sombras. Un instante después está encendida la lámpara del
baño principal. En la casa no hay nadie salvo yo, repito mientras veo en el
espejo a un tipo asustado que se mira a sí mismo y que hace unas horas, sin este nudo extraño de angustia y miedo atorando el pulmón, consumía
un tiempo de soledad apática, monótono y previsible.
Debe haber algún conmutador -también solitario- en uno de esos bolsillos tan inadvertidos, la mayoría de la veces, que no somos capaces de encontrar para poder encontrarnos.
ResponderEliminarLa soledad y la luces nos permiten zigzaguear en el tiempo y hacer recortes para confeccionar trajes nuevos.
Una abrazo estimado José Luis. Me encantan tus cuentos diminutos.
Los cuentecillos establecen sus propias reglas, querida amiga, buscan los rincones del asombro para dictar quien apaga la luz, quién se llena de angustia, quien nos hace compañía cuando no hay nadie. Un fuerte abrazo.
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