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LA NADA SUFICIENTE
Lo cegaba la luz. Cualquier destello mínimo sugería una descarga excesiva, que obligaba a cerrar los ojos. Cada golpe de claridad simulaba una picadura de alfiler en la retina, el creciente crujido de una rama a punto de quebrarse. Poco a poco, su voluntad fue perfilando una única urgencia: sellar los ojos. De golpe, todo se hizo volátil, lejano, caducifolio. Dentro de los sentidos solo caminaba la sombra. No hubo tristeza al escapar de ese ciclo pactado del día y de la noche. Al apretar el paso, la nada era suficiente.
(De Cuentos diminutos)
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