Ironías Ramón Eder A la Mínima, Renacimiento Sevilla, 2016 |
CLAVE DE ÉPOCA
La profusa vitalidad del aforismo
actual constata un crecimiento del género que se manifiesta, incluso, en las
frecuentes entregas de cada escritor. En lapsos temporales escuetos se suceden
salidas que miran un tiempo histórico con afán testimonial y crítico, desde un
mirador implicado que sugiere una lectura moral. Otras veces se focaliza un
trayecto existencial y la escritura se atiene al recorrido introspectivo que
pone luz en las habitaciones de la intimidad donde reserva sitio el paso de
los días.
La aforística de Ramón Eder
(Lumbier, 1952) es bien conocida por los lectores como colaborador tenaz en la
crecida de este género breve. En Ironías compila
tres volúmenes: La vida ondulante, Aire de comedia y Aforismos del Bidasoa, ofreciendo una guía práctica de sentido plural. Sobre la voz personal de Ramón Eder el poeta y
aforista Carlos Marzal subraya que parece obvio el carácter paradójico de un
prólogo porque busca ampliar lo sintético; por tanto, si la característica
esencial de esta escritura es su apego a manifestar mínimos requisitos, lo que
debe hacer un buen aforismo es mostrarnos un fragmento de lo real bajo el flexo
encendido de la inteligencia. Sin duda, y a este objetivo habitual Ramón Eder añade una coda: la ausencia de acritud en su
focalización de lo transitorio; la ventana abierta a la sonrisa resta
solemnidad al moralismo de púlpito para transformar su reflexión en la luz cotidiana de un paseante del optimismo. Con él compartimos
ilusiones y sugerencias bajo la sombrilla benevolente de la lucidez.
El ámbito argumental del aforismo
negocia continuamente con el azar, requiere libertad de movimientos y una
elocuente determinación para explorar rincones al paso. Aunque el
título de La vida ondulante denomina
el tránsito de la propia vida como invitación a hacer de sus secuencias un
laboratorio privado, la trama tiene la capacidad de absorber todo tipo de entrelazados. Conviene recordar que “los escritores son esos alquimistas que
convierten la vida en literatura y la
literatura en vida”. Y en ese trasvase
conviven la identidad del yo con sus fantasmas, el espacio social y las
claves vitalistas de un ahora que muda a diario el cuerpo de letra de sus
intereses.
Contemplar la propia andadura es
abrir la mirada hacia el lenguaje y sus relaciones con la identidad del sujeto
verbal. Ramón Eder explora con frecuencia los recursos del taller personal y refleja
en sus aforismos el vigor de unas pocas convicciones estéticas. En cada nuevo sondeo está el aporte de la tradición y está la práctica textual que amplía
condicionamientos y teorías; la causa principal del texto es siempre la
necesidad de decir, el acto de escribir como una atinada forma de dibujar un
autorretrato.
Quien escribe es consciente de
que “el escritor de aforismos, si se descuida, puede acabar convirtiéndose en
un sabio de almanaque”. Por ello, frente al tono sapiencial de ceño fruncido, Aire de comedia pone de manifiesto el
conocimiento espontáneo y la elección de un modo directo, sincero y coloquial,
como si las enseñanzas del acontecer diario fusionaran humor, memoria y
lenguaje. La escritura se convierte en una apuesta por la amenidad. Interiores
y exteriores emiten destellos cómplices, hablan de ciudadanos normales que
celebran el hecho de estar vivos e integran su discurrir en un intermedio hecho
presente continuo. El mundo es una divertida representación que tiene mucho de
patio de colegio, de globos de fin de curso.
El tramo final de esta
compilación se denomina Los aforismos del
Bidasoa y su tinta fundamental es la meditación sobre el discurrir. Ramón
Eder nunca pierde pie como cronista minucioso de lo temporal porque tiene el
convencimiento de que nada de lo que acontece es insignificante. De nuevo se
recrean las vetas argumentales clásicas sin que se pierda nunca ese tono
singular que define esta escritura: profundidad en el pozo de una supuesta
ligereza y afán de rebajar el didactismo a la filosofía lacónica de un diálogo
personal. en el que tiene cabida un inevitable sustrato autobiográfico. Al
cabo, el principio vivencial de un escritor es su quehacer literario; la
existencia es escritura en espera.
Ironías convence de que el aforismo
es un cualificado pretexto para doblar las esquinas de la realidad y descubrir
en sus aceras su capacidad para sorprendernos; las palabras desvelan sombras y
paradojas con pulso sosegado, que convierte el tacto rosado de cada amanecer en un misterio.
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